domingo, 14 de febrero de 2016

Nunca había creído en la magia

Me gustaría usarlo como prólogo de algo, pero ya se verá.
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Nunca había creído en la magia. ¿Quién pensaría que algo así podría existir? Pensaba que eran solo cuentos de hadas, historias inventadas, fantasías para evadirnos de la realidad al leer un libro o ver una película.

Nunca había creído en la magia, aunque siempre me había gustado. Disfrutaba de las novelas en la que un mago con gorro puntiagudo y varita luchaba contra el dragón que atormentaba a una ciudad en el Medievo. O lo domaba. O lo convertía en un patito de goma; qué más daba.

Nunca había creído en la magia. A pesar de ello, yo mismo fantaseaba con ella de vez en cuando. Alguna vez escribí un relato sobre un mundo en que las personas podían controlar los elementos. Pero únicamente era ficción. Algo que sólo existía en mi mente.

Nunca había creído en la magia, ni en las grandes maravillas que con ella se pueden formar, ni en las terribles consecuencias que puede conllevar, ni en las vidas que puede salvar, ni en aquellas que puede condenar.

Nunca había creído en la magia. Elfos, troles, fénix, unicornios, hadas, duendes, goblins, banshees, sirenas, dragones, minotauros, dríades, gigantes, cíclopes, basiliscos, licántropos, arpías, vampiros, mantícoras, trasgos, ángeles, demonios e, incluso, dioses no eran para mí nada más que seres mitológicos, inexistentes, creados por los antiguos para explicar cosas que no comprendían.

Nunca había creído en la magia. Y, sin embargo, ahí estaba. En todas partes. Fluyendo en el aire, en los ríos, en las hojas que caen de los árboles. Dentro de cada ardilla huidiza, en todos los gorriones que hayas visto o vayas a ver nunca. Estaba por doquier. Estaba en mí.

Nunca había creído en la magia. Hasta que no pude negarla.